La sexualidad es y ha sido una de las áreas del comportamiento humano más desconocida y en la que aún prima muchas veces la anécdota sobre el conocimiento científico. Y si esto es cierto a cualquier edad lo es, especialmente en personas de edad avanzada. La mera existencia de manifestaciones sexuales de cualquier tipo en los ancianos es sistemáticamente negada, rechazada o dificultada por gran parte de la sociedad.
En una sociedad que está envejeciendo progresivamente, la sexualidad debería permanecer en una dimensión afectiva, sentimental y relacional durante todo el curso de la existencia, en el respeto del cuerpo y a los aspectos peculiares presentes en cada fase de la vida.
Desde hace algunos años estamos asistiendo a un proceso de transición demográfica que obligadamente se debe acompañar de un proceso de revisión de la "cultura de la senilidad" donde se incluye también la variable de la sexualidad. Estamos, además, en la era del reciclaje: todo se recicla, incluso la vejez. Pero, en el área de la sexualidad está el peligro de "reciclar al viejo en un falso (e imposible) joven" con mitos y estereotipos sexuales basados en la prestación, la eficiencia y en la capacidad de identificarse con un joven con prodigiosas capacidades sexuales; concepto muy opuesto al antiguo que relacionaba la sexualidad con la procreación y consideraba al anciano como asexuado quedando excluido debido a la ineficiencia dada por la infertilidad. Pareciera que entre estos dos extremos, la sexualidad negada o la sexualidad impuesta no pudiera existir una imagen sexual en la que los componentes físicos, psicológicos y sociales se combinaran armoniosamente para crear una modalidad sexual específica que acompañe esta etapa de la vida.
Por lo tanto es incorrecto seguir considerando al anciano como poco interesado en la sexualidad o con escasa actividad sexual. Se puede encasillar como "ageísmo" o "sexismo" la actitud de la sociedad y de los profesionales de la salud que no quieren reconocer esta realidad.
Con una mayor formación académica de los profesionales sanitarios y de la sociedad en general, junto con la realización de programas de educación sexual para los ancianos, se lograría una mayor sensibilización hacia estos aspectos olvidados de los mayores, contribuyendo directamente a una mayor satisfacción y bienestar de muchos ancianos.
De la vida sexual de los ancianos sabemos muy poca cosa. Pero hoy podemos decir que "no hay un límite cronológico después del cual la vida sexual desaparece".
Por lo tanto, el primer paso para una consideración ética sobre el papel de la sexualidad en la vejez pasa ineludiblemente por reconsiderar estas actitudes que, ocultando la existencia del problema, dificultan enormemente su remedio.