A medida que la población chilena se envejece, la enfermedad de Alzheimer (EA) y otras demencias que afectan principalmente a nuestros adultos mayores, se han hecho cada vez más frecuentes y representan un serio problema de salud pública.
Se estima que la prevalencia del Alzheimer a los 60 años es del 1%, pero sobre los 80 años sube a 20% o más, lo que nos pone en alerta y lo sitúa como un importante tema a tratar y detectar precozmente en el área de la geriatría.
La enfermedad de Alzheimer es la principal causa de demencia entre los adultos mayores. Se trata de una enfermedad de compleja patogenia, a veces hereditaria, que se caracteriza desde el punto de vista anatómico, por la pérdida de neuronas y de la conexión que existe entre ellas, a lo cual denominamos “sinapsis”.
Este deterioro se expresa clínicamente como una demencia de comienzo insidioso y lentamente progresivo, que habitualmente se inicia con fallas de la memoria reciente y termina con un paciente postrado en cama y totalmente dependiente.
El diagnóstico de la EA debiera ser lo más precoz posible, ya que esto nos proporciona una mejor oportunidad para realizar ensayos terapéuticos y disminuye el sufrimiento familiar derivado del mal manejo de los trastornos conductuales.
Al ser una patología de difícil diagnóstico, por la falta de exámenes biológicos útiles en la práctica clínica habitual, se corre el riesgo tanto de omitir el diagnóstico como de catalogar como enfermos a personas que no tienen una EA.
La duración de la EA es muy variable; se ha visto pacientes que fallecen postrados antes de los 4 años de iniciada la enfermedad, y otros que sobreviven más de 12 o 15 años. La sobrevida promedio es de 7 a 8 años.
Durante la evolución de la enfermedad de Alzheimer pueden reconocerse 3 etapas:
La primera se caracteriza por las fallas de la memoria. La falla más evidente es la pérdida de memoria episódica reciente, lo cual podemos comprobar al interrogar sobre sucesos recientes o con pruebas de aprendizaje de serie de palabras. También destacan fallas de la atención y de la concentración, así como también de la memoria remota y de la capacidad ejecutiva. En esta etapa, el rol del cuidador terapéutico es esencial, ya que muchos de los pacientes tienden a angustiarse y deprimirse. Debemos estar alertas ante la conducta que mostrarán los familiares, ya que pueden caer en crisis de angustia, etapas de negación o incluso preferir cambiar de médico tratante y evadir de esta forma el diagnóstico.
En la segunda etapa se agregan los trastornos del lenguaje y las apraxias, que son la pérdida de la capacidad de llevar a cabo alguna función que se desea realizar. Es decir, se produce una disociación entre la idea (el paciente sabe lo que quiere hacer) y la ejecución motora (el paciente carece del control de la acción).
En esta etapa el problema de la familia es cuidar al paciente. Existe una demencia severa, pero el sujeto conserva la movilidad y existe gran riesgo de accidentes. Si intenta cocinar, puede dejar el gas encendido; si sale a la calle, puede extraviarse; si se levanta de noche, puede desorientarse o caer. Por ello el paciente requiere cuidado permanente, día y noche, lo que resulta agotador.
Y en la tercera etapa, el paciente queda incapacitado, postrado en cama. En esta última fase, la familia enfrenta dos graves problemas: el cuidado permanente que requiere un paciente totalmente dependiente y saber qué hacer si se presentan complicaciones con riesgo vital.
Con respecto al tratamiento de la EA, cabe destacar la necesidad de la conjunción del tratamiento farmacológico con la estimulación de la actividad y la orientación familiar. Los trastornos conductuales de la EA son causa de desconcierto, angustia e irritación para sus familiares, y estas reacciones, a su vez, pueden aumentar los trastornos conductuales de los pacientes. Aquí radica la importancia de una orientación médica adecuada y de nuestro desempeño experto del rol como cuidadores de adultos mayores.
¿Es posible prevenir la EA?
Esta es una pregunta frecuente que se hacen los hijos del paciente, y es muy difícil de responder, sobre todo si nos planteamos la posibilidad de que la EA sea parte de nuestro ciclo de vida.
Se ha dicho que el uso de estrógenos en la mujer postmenopáusica normal podría retrasar el desarrollo de una EA; lo mismo se ha planteado con respecto a los antiinflamatorios, a los antioxidantes, y al Ginkgo Biloba, sin lograr aún una respuesta clara.
Destaca sí, la importancia de la actividad, lo que junto a la evidencia epidemiológica de que la educación o un mayor nivel de escolaridad, disminuye el riesgo de demenciarse en la adultez. Lo cual nos permite suponer que si nos mantenemos intelectualmente activos podríamos prevenir la EA en alguna medida.
Un diagnóstico precoz nos permite iniciar la terapia con mejores expectativas de rendimiento y evita las complicaciones derivadas de los errores del paciente y de los conflictos con su familia. En el caso de las personas que asumen el diagnóstico, les permite ejercer su autonomía con respecto a las medidas a tomar en el futuro. Después, no nos queda sino haber sido previsores en lo económico y contar con el afecto de los que nos rodean.
Recordemos SIEMPRE que CUIDAR es QUERER.