En abril de 2005, dos reconocidos hombres de 83 años fallecían de enfermedades terminales. Uno de ellos decidió limitar los esfuerzos y quedarse en su cama, y partió acompañado de sus seres cercanos a los pocos días. El segundo, estuvo casi 3 meses en la UCI y murió una madrugada sin su familia. El primero se llamaba Karol Wojtyla y el segundo Rainero de Mónaco.
¿Podemos decidir cómo morir? ¿Podemos intervenir en el proceso de nuestra propia muerte?
Con el aumento en la esperanza de vida a nivel mundial, aumenta también la complejidad de la atención de enfermos terminales y los dilemas éticos relacionados. La Eutanasia, del griego eu-tanatos, cuyo significado etimológico es buen morir, es uno de los grandes temas de la bioética al que se tienen que enfrentar los médicos en su práctica clínica cotidiana. Sin embargo, es un tópico que hasta hoy permanece alejado del debate público.
A pesar de que el debate sobre el final de la vida se tiende a tildar de contemporáneo, debemos recordar que históricamente las distintas culturas se han enfrentado al final de la vida de formas diversas. Las concepciones sobre la muerte, inician con el desarrollo de la conciencia del Homo Sapiens. En la cultura griega y romana, el suicidio se aceptaba como práctica. Posteriormente, en el año 500 AC, Hipócrates en su Juramento señala “A nadie daré una droga mortal aun cuando me sea solicitada, ni daré consejo con este fin”. Luego, vemos cómo la cultura judeo-cristiana se ha opuesto al derecho a la muerte, argumentando que nadie puede terminar con la vida de un ser humano, ya que se violaría la ley divina. Por otro lado, la cultura oriental se ha acercado a la muerte desde una concepción positiva, por permitirle al hombre salir de los ciclos de reencarnación. En esta cultura, si bien aún no tienen legislación al respecto, las creencias religiosas no se oponen explícitamente al derecho a morir.
Existe una falta de consenso con respecto a la terminología sobre la eutanasia, que dificulta el diálogo transparente y claro de la sociedad civil y la comunidad médica. A continuación, se plantean como se entenderán por el artículo algunos conceptos clave para iniciar la discusión.
Eutanasia
La Organización Mundial de la Salud la define como la acción deliberada que realiza una persona con la intención de provocar la muerte sin dolor, a otro sujeto, o no prevenir la muerte por causa natural, en caso de enfermedad terminal o coma irreversible. El paciente debe estar cursando con un sufrimiento físico, emocional o espiritual incontrolable, siendo el objetivo de la eutanasia aliviar este sufrimiento. Ejemplos de estos estados terminales pueden ser; cáncer en etapa de cuidados paliativos, demencia avanzada, insuficiencias severas de órganos vitales, disnea severa refractaria a tratamiento, entre otros.
La literatura ha definido como enfermo terminal a quien padece una condición patológica grave, de carácter progresivo e irreversible que no tiene opciones de tratamiento al momento del diagnóstico. El enfermo terminal tiene un pronóstico fatal en un plazo breve, descrito como menor a 6 meses. Esto debe ser determinado en forma precisa por un médico experto.
Tradicionalmente, la nomenclatura internacional ha dividido el concepto de Eutanasia en activa y pasiva. Sin embargo, en los últimos 15 años hay organismos y autores nacionales que plantean esta distinción como inapropiada, postulando que la eutanasia es siempre una acción activa. Para efectos de la discusión, dividiremos conceptualmente los dos tipos de eutanasia.
En Chile, actualmente la eutanasia se excluye en la Ley de Derechos y Deberes del Paciente, promulgada el año 2012. En el artículo 16 de ésta, se manifiesta “La persona que fuere informada de que su estado de salud es terminal, tiene derecho a otorgar o denegar su voluntad para someterse a cualquier tratamiento que tenga como efecto prolongar artificialmente su vida, sin perjuicio de mantener las medidas de soporte ordinario. En ningún caso, el rechazo de tratamiento podrá implicar como objetivo la aceleración artificial del proceso de muerte”.
La opinión de la ciudadanía
En diversos catastros o estudios de opinión, ha quedado claro que la mayoría de la población chilena apoya la eutanasia.
En los resultados de la Encuesta Bicentenario de la Universidad Católica, 52% de los chilenos y chilenas está de acuerdo con que “terminar la vida de los enfermos incurables (eutanasia) es un acto justificable bajo ciertas circunstancias”. Un dato interesante es que la misma encuesta señala que el, acuerdo que es de 64% en el estrato alto, 52% en el medio y 48% en el bajo.
Luego, en la encuesta de la Universidad Diego Portales, también se ha preguntado sobre el tema. En el 2014, 68% de las personas está de acuerdo con la muerte asistida, con 27% en contra. En las 3 aplicaciones anteriores de la encuesta (2010, 2012, 2013), se ha mostrado una clara predominancia en la respuesta “Estoy muy de acuerdo con la afirmación: Un enfermo terminal tiene derecho a solicitar su muerte asistida-eutanasia”.
Estos sondeos de opinión evidencian que la ciudadanía hoy avala el apoyo a la regulación del final de la vida y que es necesario abrir la discusión a nuestra sociedad.