La vejez es percibida como una situación angustiosa, estereotipada en imágenes de ancianos enfermos, inválidos, que sufren graves alteraciones emocionales, y que por sobre todo, representan una carga emotiva y económica para sus familias, sea que compartan el hogar con sus parientes, vivan solos (as) o estén internos (as) en instituciones especiales. Los medios de comunicación en general se refieren al "problema de envejecer", como algo completamente ajeno a las realidades individuales de todos los involucrados en el proceso comunicacional. Es como si comunicadores, lectores, auditores o tele espectadores estuvieran completamente a salvo de vivir este tránsito. Esto se expresa abundantemente en documentales y programas testimoniales que ilustran destructivamente este paso y también en la ausencia de imágenes de adultos mayores en la televisión. No hay conductores de este grupo de edad en la programación de alto "rating"; por el contrario, hay profusión de figuras muy jóvenes. · Intentar detener el envejecimiento se ha convertido en una obsesión y por cierto, también en una nueva y prolífica fuente de ingresos al crear un hábito de consumo diferente. Cirugías, cosméticos, aparatos de ejercitación física, vestuario, alimentos especiales, suplementos vitamínicos, anti-oxidantes, etc., una enorme gama de productos y servicios que prometen la recuperación de la juventud o al menos, la detención del proceso de envejecimiento.
La importancia de delimitar y especificar lo que determina el comportamiento a medida que progresa la senectud, reside en las implicaciones éticas. Tanto la enfermedad como el progreso de la edad inducen dependencia, incapacidad de hacer algo que antes se hacía. Restricción de la libertad, en suma. El senescente entonces, progresivamente va perdiendo su noción de sí mismo, es decir, de su propia identidad, debido por una parte a que toma conciencia de sus limitaciones; y por la otra, a que va separándose del diálogo que constituye la vida social, lo que le significa dificultades crecientes para reconocer su lugar dentro de la compleja red de relaciones familiares y sociales. Si consideramos que los chilenos de todas las edades pasan alrededor de dos a tres horas diarias frente al televisor, es muy obvio asociar el potencial de la televisión a la posibilidad de transmisión de mensajes destinados a cambiar la imagen de los ancianos. Pero la empresa no deja de tener sus dificultades.
La televisión es un sistema centralizado de narrar la historia. Sus dramas, anuncios, noticias y otros programas llevan a un mundo relativamente coherente de imágenes y mensajes comunes a cada hogar televidente. Las generaciones actuales nacieron dentro del ambiente simbólico de la televisión y viven con sus respectivas lecciones a lo largo de la vida. La televisión cultiva desde el principio las predisposiciones genuinas que influyen en los usos y selecciones culturales futuros. Trascendiendo barreras históricas de cultura y movilidad, la televisión se ha convertido en la principal y más común fuente de cultura cotidiana de una población diversa y heterogénea como la nuestra. Muchos de los que actualmente dependen de la televisión, nunca, anteriormente, habían tomado parte en una cultura política nacionalmente compartida. La televisión suministra, quizás por primera vez desde la religión pre-industrial, un fuerte vínculo cultural entre las elites y el resto del público, un ritual diario compartido y con contenido altamente informativo e irresistible. ¿Cuál es el papel de esta experiencia común en la socialización general y en la orientación política de los chilenos? Es una cuestión que está recién siendo estudiada.
La transmisión de valores y creencias, que a su vez generan actitudes de aceptación o de rechazo frente a determinadas posturas, también se realiza de modo más sutil a través de la emisión de noticias "objetivas" y de programas de entretenimiento, aparentemente libres de toda manipulación política. Esas noticias y esos programas, al destacar unos hechos y no otros, al mostrar un tipo de actitudes, por ejemplo solamente a ancianos desvalidos, feos, asexuados, que representan una carga para sus familias y también para el país, están sugiriendo claramente una forma sesgada de ver la vida, y por cierto, constituye manipulación franca. Por tanto, habría que considerar como elementos de información y socialización política no sólo a las comunicaciones que van explícitamente en ese sentido, sino también a todas aquellas que implícitamente tratan sobre ello. Por otra parte, la programación tiende a sobre representar ciertos grupos en desmedro de otros, afectando particularmente a minorías étnicas. Lo mismo ocurre con otras situaciones no deseables de acuerdo a los modelos estéticos actuales, entre los que desde luego se incluyen ancianos, obesos, enfermos, etc. También conviene destacar la importancia que en este aspecto tienen las series y películas de todo tipo, ya que sus formatos de dramatización apoyadas en imágenes, resultan especialmente adecuadas para captar la atención de la audiencia. Y esto constituye el primer requisito para que el proceso de influencia tenga lugar. Otro tema que se debe considerar es la finalidad que persiguen los medios de comunicación y, más concretamente, la televisión. Esta cuestión parece un tanto baladí porque se puede responder de inmediato que sus objetivos son la información, el entretenimiento, etc. Eso es cierto, pero no debe olvidarse que ante todo son empresas y como tales persiguen la obtención de beneficios económicos, algo perfectamente acorde con el esquema de libre mercado en que estamos insertos. Esos beneficios se logran, como es sabido, a través de los anunciantes que pretenden hacer llegar sus productos al mayor número posible de personas. Por tal motivo, la prioridad en la programación televisiva es captar a la mayor audiencia posible, y preferentemente al segmento poblacional con capacidad de consumo. Por cierto que a mayor índice de audiencia, los ingresos por publicidad serán también mayores para el medio. Respecto a nuestra población objetivo, aproximadamente el 90% de los adultos mayores (recordemos como dato ilustrativo que solamente el 8% de ellos están afiliados a ISAPRES), tienen más o menos disminuida su capacidad y potencialidad de consumo por sus bajos ingresos, por tanto, no resultan un mercado publicitario atractivo. La introducción de mensajes positivos entonces a través de la televisión, tendría que surgir sobre la base de ciertos pisos de financiamiento dados, sean estos obtenidos a través de aportes públicos o privados. De no existir esos apoyos, no sería posible realizar acciones educativas en forma sostenida por este medio.
La primera conclusión de esta prospectiva entonces, es que la sociedad chilena debe orientarse hacia el cambio de imagen tanto frente al proceso de envejecimiento como a la vejez, en el sentido de revalorizarla positivamente, erradicando mitos, estereotipos y tabúes. De no ser así, los objetivos políticos proclamados acerca del envejecimiento activo, digno, integrado, o adulto mayor actor de su propio paso, responsable, consciente y participante, no podrán realizarse sin este progreso previo. Para ello se requiere implementar acciones educativas en la población a nivel general, y por cierto en lo particular con la población objetivo. Estamos conscientes que esto es parte del cambio cultural general, por lo tanto largo y difícil, razón que debe movilizarnos desde ya para que el 2010 estemos en condiciones de medir avances al respecto.