El dolor crónico o de larga duración es más frecuente según aumenta la edad, entre otras razones porque puede estar asociado enfermedades crónicas cuya prevalencia es mayor en las personas mayores, como es el caso de la artrosis, algunas enfermedades cardiovasculares, neuropatías, etc.
Sin embargo, también puede estar asociado a alteraciones del sueño, pérdida parcial o total de la movilidad e incluso a problemas psicológicos que llevan al anciano a reclamar atención mediante manifestaciones de dolor. Finalmente, la percepción dolora puede verse incrementada ante la existencia de un cuadro de ansiedad o una depresión.
Los cambios que el envejecimiento produce en el organismo humano (tejidos, órganos, sistema nervioso, etc.) favorecen, por tanto el dolor crónico. Pero también lo condiciona el hecho de que las personas mayores vivan en un entorno familiar inestable, que hayan sido institucionalizados o que sufran algún trastorno psicológico.
Asimismo, la polimedicación y los cambios que el envejecimiento del organismo genera en la metabolización de los fármacos pueden modificar tanto la percepción del dolor como su duración y respuesta a los diferentes tratamientos.
Otro aspecto importante es la dificultad que en ocasiones reviste para el médico la identificación y la valoración del dolor crónico de una persona mayor. Es importante que sea ésta y no los familiares los que expliquen cómo y cuando se manifiesta y también hay que atender a las reacciones que éste produce en el paciente (gemidos, cambios de la expresión facial, dónde coloca las manos cuando dice tener dolor, etc.)